mayo 26, 2009

Bibidi-babidi-bum!

Hay calamidades prohibidas a las que uno, de plano, ni debería entrarle...
Yo, como no soy normal, le entro.
Resulta que hubo una vez una calamidad prohibida que cualquiera diría que, por donde la viera, debía estar vetada. La calamidad en cuestión es uno de esos hombres de esos que me gustan de repente y que no quisiera tener para mí solita: con cabecita Chippendale, besos de calentura influenciosa, manos suaves, edad como para que sepa qué hace y qué no... en fin, un súper especímen para coleccionar.
El fulanito dividía las noches y los días entre Hillary y yo, y no me importaba mayor cosa... bueno, quízá sólo cuando me decía que me amaba...
Solía decirlo por las noches, cuando su voz se podía quedar retumbando en mi pecho. Entonces le decía que no se fuera, que no la tocara, que no la tuviera...
Obvio, me arrepentía después (después de todo, ¿quién era yo, que no quería tenerlo para mí solita, para decirle cuándo sí y cuándo no?)...
La calamidad prohibida y yo tuvimos un romance fugaz, de esos que pintan para novela erótica y que hacen suspirar a las locas como yo, a las que les entusiasma la aventura.
En el romance nos compartimos todo (menos la cama), hasta que se le ocurrió decir "te amo" y empezar a hablar de casa, niños, perros, gatos, pericos, bibliotecas, camionetas y hasta funerales...
Y ahí torció el rabo la marrana... Cuando al fulanito se le ocurrió que era "buena idea" andar por el mundo diciendo "para siempre", inmediatamente me petrifiqué... me volví sorda, ciega, muda, manca y frígida... ni un beso más quise darle, ni una caricia, ni una promesa: NADA...
No quise verle más, y él no volvió a buscarme...
Desde entonces huía de mí, me sacaba la vuelta y caminaba rápido... hasta hoy.
La calamidad y yo tuvimos un encuentro en las escaleras que hizo que mis amigas se pusieran rojas, siguieran de frente y me hicieran burla todo el día.
"Te desapareciste...", me susurró al oído luego de abrazarme, "no me volviste a contestar las llamadas, ni los mails, ni nada".
Obvio, yo nunca recibí una llamada, una mail o un mensaje de humo y, obvio, a mí no me importó. Claro, le contesté con voz de gatito ronroneante que jamás había recibido nada, y me dejé querer por un momento, mientras recuperaba el control de la situación.
"Te he extrañado", me dijo. "¿Puedo volver a llamarte?", susurró sin soltarme.
-Llámame -le dije yo en el oído, zafándome de sus brazos-... Llámame y vemos...
Desde entonces, dicen mis amigas que traigo una sonrisa perversa que les dice "recuperé el control". Yo, que no creo en lo de "perversa", sí ando viendo cómo, cuándo y dónde, me aviento un viajecín al mundo de la novela, a ver que nueva historia me sale de ahí...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Chisméele a gusto, al fin que vamos para largo...