Recuerdo perfecto la primera vez que lo sentí...
Fue una descarga eléctrica recorriéndome la espina dorsal, un rayo tibio quebrándome las piernas, un dulce calambre en la punta de mis pies... un minuto de asfixia y taquicardia que me hizo volver a la vida... un barril de miel derramada... una pequeña muerte.
Su llegada me tomó por sorpresa, como por sorpresa me tomará la muerte o el amor, que es casi lo mismo...
Y así, en un segundo, me hizo adicta... y quise sentirlo más y más veces... siempre, mientras me quede vida.
Recuerdo esa tarde, su cuerpo tibio, mis pies helados; recuerdo todo como si fuera ayer, como si el corazón no terminara de calmarse, como si la piel aún guardara su recuerdo.
Fue mi primer orgasmo, mi primer momento, mi primera vida.
Y sí, llegó casi por casualidad... sin intentarlo, sin saber.
En esa época, era yo muy inexperta, muy inocente, muuuuuuuuuy pendeja...
Sabía, deseaba, buscaba, mucho menos que hoy... pero fue lindo.
Creía que las cosas llegaban con magia, que la vida tenía una caja de música escondida, que abría cuando decidía irme a la cama con él; creía que había bruma fresca, aroma a lirios, luz filtrada...
Me levantaba de la cama envuelta en sábanas; me tragaba los gritos, los rasguños, las palabras... era yo tan joven, tan virgen, tan sencilla...
Luego todo fue distinto, aprendí a vivir en cada beso, a luchar por alcanzarlo, a correr hasta la cima... y nada volvió a ser lo mismo.
Me convertí en mujer, en animal nocturno, en lágrima dulce, en coleccionista... y busqué en cada piel, en cada boca, en cada daga, en cada mano, en cada cama, una pequeña muerte para llenar el vórtice de mi deseo, para saciar el hueco de mi vientre...
Lo recuerdo, lo recuerdo claro...
Cierro los ojos, vuelvo a arquear la espalda, a estirar los pies... y entonces, simplemente, quiero morir nuevamente...
Fue una descarga eléctrica recorriéndome la espina dorsal, un rayo tibio quebrándome las piernas, un dulce calambre en la punta de mis pies... un minuto de asfixia y taquicardia que me hizo volver a la vida... un barril de miel derramada... una pequeña muerte.
Su llegada me tomó por sorpresa, como por sorpresa me tomará la muerte o el amor, que es casi lo mismo...
Y así, en un segundo, me hizo adicta... y quise sentirlo más y más veces... siempre, mientras me quede vida.
Recuerdo esa tarde, su cuerpo tibio, mis pies helados; recuerdo todo como si fuera ayer, como si el corazón no terminara de calmarse, como si la piel aún guardara su recuerdo.
Fue mi primer orgasmo, mi primer momento, mi primera vida.
Y sí, llegó casi por casualidad... sin intentarlo, sin saber.
En esa época, era yo muy inexperta, muy inocente, muuuuuuuuuy pendeja...
Sabía, deseaba, buscaba, mucho menos que hoy... pero fue lindo.
Creía que las cosas llegaban con magia, que la vida tenía una caja de música escondida, que abría cuando decidía irme a la cama con él; creía que había bruma fresca, aroma a lirios, luz filtrada...
Me levantaba de la cama envuelta en sábanas; me tragaba los gritos, los rasguños, las palabras... era yo tan joven, tan virgen, tan sencilla...
Luego todo fue distinto, aprendí a vivir en cada beso, a luchar por alcanzarlo, a correr hasta la cima... y nada volvió a ser lo mismo.
Me convertí en mujer, en animal nocturno, en lágrima dulce, en coleccionista... y busqué en cada piel, en cada boca, en cada daga, en cada mano, en cada cama, una pequeña muerte para llenar el vórtice de mi deseo, para saciar el hueco de mi vientre...
Lo recuerdo, lo recuerdo claro...
Cierro los ojos, vuelvo a arquear la espalda, a estirar los pies... y entonces, simplemente, quiero morir nuevamente...