noviembre 06, 2009

Mapas y escaleras...

Cuando se trata de sexo, mis amigas y yo solemos tener una pregunta recurrente: ¿por qué el dios Eros, el Dios verdadero, la vida, la energía creadora, el polvo de estrellas o lo que sea, no les da a los hombres un mapa?
¿Que para qué queremos que tengan un mapa, si son bastante ubicados? Muy sencillo: las mujeres no somos como una ciudad.
Desde épocas inmemoriales, los varones conocieron calles, carreteras y avenidas como si trajeran integrado un GPS... Saben moverse en la metrópolis, hallan las calles que nunca antes habían visto, aunque les den treinta vueltas, casi siempre llegan a donde quieren; no, no, no, son U-BI-CA-DÍ-SI-MOS... cuando se trata de cientos (que digo cientos, miiiiiiiles) de kilómetros.
Sin embargo, queridos míos, son bastante desubicados cuando hablamos de algunos cuantos centímetros...
¿Qué?, ¿que a qué me refiero? ¡Pues al cuerpo!
No, no al suyo, ese lo conocen de memoria... Me refiero ¡al nuestro!
Resulta, gente bonita, que la mayoría de los hombres a los que he conocido (sea por experiencia personal o por los comentarios de mis amigas) difícilmente saben dónde está qué, para que a uno se le vayan los deseos a sitios inimaginables...
De todo lo que he escuchado, visto o sentido, hay dos sitios especiales para los que las mujeres quisiéramos proponer la existencia de un mapa: el clítoris y el punto G.
Sí, señoras y señores, hay quienes no tienen idea ¡¡¡dónde está el clítoris!!! Pero bueeeeeno... eso es más sencillito, por lo que los remitiré a un simple esquema, para que, quienes no lo conozcan, se sientan en confianza...
Pero ahora vamos a lo más complicado...
¡¿Dónde rayos está el punto G?!
Resulta, queridos míos, que a veces ni siquiera nosotras sabemos... en serio... entonces eso complica toda la búsqueda para ustedes. No obstante, hace un tiempo conocí a alguien que sabía exactamente dónde estaba eso que yo jamás había podido encontrar.
El descubrimiento sucedió una noche de luna llena, cuando no podía esperar nada más de la vida, pues había tenido una de esas superexperienciascasireligiosas que a uno lo dejan en estado zen perpetuo...
La calamidad en cuestión me había regalado varios momentos de suspiros ardientes, cuando decidió llevar su mano a territorios complicados para cualquier simple mortal... Él, que no es un simple mortal, encontró de inmediato el punto exacto, al que aplicó la presión exacta, con el movimiento exacto, para hacerme llegar a un momento exacto, en el que todas las exactitudes se convirtieron en orgasmo...
Debo reconocer que en un principio supuse que el roce había sido accidental, pero con el paso del tiempo me di cuenta que estaba equivocada: el hombre ¡SABÍA lo que hacía!
Cuando por fin se terminaron las batallas, hice la misma pregunta que alguna vez me hicieron y que tanto me molestó (I'm so sorry, pero debía saber...): "¿Dónde aprendiste eso?".
La calamidad aquella me contó una historia de psicólogas sexuales y educación teórica que me recordó bastante a la mía, y que me hizo sentirme realmente agradecida con los libros de texto... Para terminar, la calamidad en cuestión me dio un tip que ahora yo, con toda mi vocación altruista, les comparto:
-Mira, hermosa, esto es muy simple: encontrar el punto se trata de subir al segundo piso e ir directamente al fondo.
Reconozco que, al igual que algunos de ustedes, al principio me quedé con cara de what?, pero luego de la explicación de la frase, quedé más que satisfecha. La calamidad se volteó hacia mí y llevó su mano a mí, mientras hablaba: "hay dos niveles ahí dentro, el chiste es llegar al segundo, y dirigirse a lo más profundo... lo demás, es cuestión de práctica"...
Como pueden imaginar, aquella noche practiqué bastante, por aquello de que no se me olvidara lo bien aprendido, pero luego de un buen rato descubrí que los hombres no necesitan mapas, pues es suficiente con que sepan encontrar las escaleras...