octubre 02, 2016

Dos

Me veo claramente.
Mis ojos fijos en tu mano acercándose lentamente a la mía.
Siento de nuevo del temblor de mi vientre, el sol de la tarde, el calor de mis mejillas...
Puedo volver a ese instante en que por primera vez tomaste mi mano y sentir a mil mariposas revolotear en mi pecho.
Puedo sentir la emoción de lo desconocido, el miedo de ser vistos, el deseo palpitante de que dijeras algo.
Puedo ir ahí, cerrar los ojos y llegar a ese primer momento en el que por primera vez quise estar contigo. Puedo ir... como fui mil veces en estos años, buscando un poco de magia en medio del desierto.
Puedo ir, años después, y decir que sí,  que entonces ya sabía, que era ahí donde quería vivir.

septiembre 29, 2016

Hablar de ti

Hoy hablé de ti.
Largo y lento, como si en cada frase pudiera saborearte otra vez, como si fuera pasando mis dedos despacito por tu piel.
Hablé de las cosas que me gustan, de tus ojos y tu sonrisa, de tu voz que se me queda brincando en el pecho cuando hablamos, de tus manos, de lo suave de tu piel, de tu olor que me enloquece, de tu forma de pensarlo todo, de tu cajita de la nada.
Hablé de los planes que no existen, de los pasos que damos y no damos, de los vacíos a los que nos aventamos juntos, de que has empezado a dejarme entrar en tu vida, de lo orgullosa que me siento de tenerte y de quién eres.
Hablé de ti... y en esos minutos te tuve cerca, te sentí aquí dentro, te quise tanto, que descubrí que así,  en este tan pronto y tanto, el corazón se me ha hecho grande.

septiembre 20, 2016

Siempre

Me preguntas si quiero hablar...
Me lo preguntas como si aún no supieras que esos dos o cinco o sesenta minutos son, a veces, el momento más feliz.
Me lo preguntas como si no te dieras cuenta de en cuántas formas me desarmas y me llenas... como si no supieras aún que de todas las cosas que quiero hacer, lo que sea contigo está en el tope.

Me preguntas si quiero hablar...
Como si aún no te dieras cuenta de que tu voz se me queda brincando en el pecho, como si no supieras todavía que te quiero.

Me preguntas... y yo tengo una sola respuesta: "siempre".

agosto 28, 2016

Parar

Es tiempo de parar.
Ya.
Tiempo de bajar la velocidad de golpe y no extrañar el hormigueo. 
Tiempo de dejar de escucharte cada vez que las cosas fallan.
Tiempo de soltarlo todo y empezar a caminar sin ti.
Tiempo de tirarlo todo y no volver a verte más. 
Es tiempo de parar.
Tiempo de dejarte ir.
Tiempo para mí. 

agosto 22, 2016

Buena suerte

Llevaban toda la vida viéndose, encontrándose en cumpleaños y reuniones familiares, y sin embargo fue hasta un verano de hace 17 años, que C recuerda haberse fijado en él. 
En aquel momento, la idea le pareció absurda. 
"Era algo como un primo y en realidad creo que nunca había puesto atención", me dijo antes de contarme cada detalle, de la camisa azul y la vid que colgaba del extremo del jardín,  de las risas y la música,  de la forma de sonrojarse, de la piel suave de su mano.
Lo recordaba todo.
"Era, quizá,  una señal", le dije.
Quizá. 
Por entonces, él no había reparado en ella. Nunca la había visto, siempre había pasado de largo la mirada, sabiendo que por entonces era una niña más en medio de una reunión obligada.
C no sabe cuánto tiempo pasó ni cómo fue que él la vio, pero para ella todo se volvió claro una noche de enero.
Él dejó de serle indiferente. Comenzó a buscarlo en las reuniones, a verlo al otro lado de la mesa, a buscar un pretexto para coincidir en el jardín... y así,  un pasito a la vez, fue haciéndose presente para alguien que había estado en su vida siempre.
Primero fue una conversación entre varios, luego un cigarro en el patio, un roce de manos en el cuarto de herramientas. Luego, un juego de estrategia para escaparse por un rato, por ganar un trocito de intimidad en medio de tantos ojos...
"No sabes la emoción con la que esperaba cada reunión", me dijo sonriendo, como si pudiera tener de nuevo ese tiempo en las manos. 
Como es normal, el romance fue intenso, pero breve. Lleno de miedos y silencios, de pudor, de estupidez...
"La verdad es que nunca dejé de pensar en él", me cuenta. "Fantaseaba con lo que hubiera sido si nos hubiéramos atrevido, si no hubiéramos dejado llevar".
-¿Y por qué no lo hicieron?, le pregunté. 
-Por estúpidos, me dijo tajante.
Hoy me cuenta todo esto porque lo ha visto y ha vuelto a sentirse esa chica.
Me lo cuenta porque hoy, 12 años después de la última vez que estuvieron juntos, por fin decidieron lanzarse al vacío con las luces de la ciudad como testigo.

agosto 14, 2016

Quedarse con lo bueno

Debo empacarlo todo.
Ponerle plástico a los sueños.
Meter las luces en un frasco.
Guardar tu olor por mañana.
Doblar las ganas y los roces.
Cerrar los ojos. 
Guardarlo todo.
Guardarlo donde no lo vea.
Donde no lo quiera.
Guardarlo ahí, con las cosas más lindas.
Y no desear más. 
No quererte siempre. 
No quererte. 



julio 30, 2016

Pedacitos de vidrio

...Entonces supe que estabas tan roto como yo, que tenías trozos diminutos de cristal regados por el cuerpo.
Supe que yo, al abrazarte, sentía que mis pedazos no dolían,  sino se reunían. 
Y fue un instante mágico en que los cristales fueron otra vez uno, y nos sentí(mos) en la repetición de un momento vivido siempre.
Y fue una vez, entre todas las veces, que abrí los ojos y vi el sol, redondo, naranja, inmenso, entre toda la oscuridad...

julio 07, 2016

Nunca he creído en el destino.

Nunca, hasta ahora que me ha dado por preguntar si eso es lo que nos hace volver, aunque no nos hayamos tenido aún. 

Nunca, hasta que pienso en todos los años que han pasado, en todas las cosas que deberíamos sabernos y aún no hemos descubierto.

Nunca, hasta que me abrí, transparente, y pedí que te llevaran uno de mis besos.

Nunca, hasta que el silencio me heló los huesos.

Nunca he creído en el destino,  jamás.  Y sin embargo ahora esa es la única palabra que me gustaría reconocer.

julio 05, 2016

A la mitad de la carretera

Entre todas las cosas que sé  (que, créanme, no son pocas), hay una sola que quisiera nunca haber aprendido: a ceder.

Para la mayoría de la gente, ceder es parte de un proceso de negociación que no los confronta, no los define, no los acorrala.
Para mí,  en cambio, ceder es un castigo.

Aprendí hace mucho: era mi deber. Satisfacer, agradar, complacer.  Ese, no otro,  era el precio de ser como soy.

Hace años, cuando el precio comenzó a destrozarme los dedos, llegó él.  

No, no, este no es un cuento de amor, no se confundan. Él no era el príncipe azul ni el sueño de mi juventud, él era la única persona en el mundo que era capaz de descifrarme.  Y vaya, bastante le pagaba para que lo hiciera.

Él llegó a ponerme en entredicho con cada relación que había tenido, llegó a decirme que tenía derechos a los que nunca había aspirado, que tenía oportunidades que nunca había visto. Una de ellas, quizá la más importante, la de no seguir sentada en una mesa en la que lo único que se comía era fuego. 

Un día de otoño (podría decirles la fecha exacta pero no tiene importancia), fui invitada a comer en esa mesa. 
Durante horas recibí viento helado y bofetadas, indiferencia y metralla. Lo soporté. No por mártir ni por buena, sino porque se suponía que era lo que debía hacer, lo que haría feliz al personaje del otro lado, lo que lograría que, por fin, se acabara.

Al terminar, deseé como nunca salir corriendo del auto, irme sola por la carretera, cantando canciones y llorando bajito.

No lo hice. Nunca me atreví. 

Tiempo más tarde, una calamidad me invitó a comer en esa misma mesa. Durante meses no hizo más que invitarme a ella, y yo, aunque en el fondo no quería seguir,  iba y me alimentaba de su podredumbre. 

Una y otra vez, como en la canción de Amada Miguel, mi rey se convertía en un monstruo de mil cabezas que se alimentaba de mi miedo, de mis inseguridades, de mis deseos...

Entonces llegó el día.  Hacía sol y yo tenía aún las vendas de mi operación.  No puedo decirles cómo fue o qué lo detonó,  pero pasó. 

Me bajé del auto andando,  a la mitad de la carretera. Y sentí poder.

Esa vez fue la primera, quizá,  en la que supe que no habría gritos ni chantajes, ni reyes convertidos en monstruos y vueltos a redimir, que me hicieran volver.

Él nunca lo entendió.  Nunca supo por qué yo, de pronto, había dejado de ceder. 

Yo, en cambio, supe que podía hacerlo. Y sonreí. 

Hoy, cuando los monstruos acechan de nuevo, recuerdo que hace mucho que cuento esta historia,  mi favorita, la que más habla de mí y de mis batallas.

Hoy, por esos mismos monstruos, me la quiero contar de nuevo, porque más que nunca necesito volver a ser la chica de la mitad de la carretera...