mayo 07, 2020

La luz

Hay en mi cuerpo grietas... pequeños recuerdos de lo que se rompe, guardianas de un noséqué que permanecen...

Hay en mi cuerpo grietas, profundas, añejas... a primera vista parecen cerradas, pero de vez en vez un soplidito de aire helado se cuela por ellas.

Hay en mi cuerpo grietas... y ayer, cuando me viste a los ojos y dijiste "te amo", por primera vez se llenaron de luz.

abril 13, 2020

La pandemia

¿Tendremos tiempo de amarnos?
Me lo pregunto mientras te observo dormir, mientras burlamos la cuarentena encerrados en casa, como si no hubiera más mundo afuera que éste, que nos estamos construyendo en la pandemia.
Nunca antes habías venido aquí, me parecía muy “de novios” hacer el amor en mi cama y no en la de un hotel en el que podía desaparecer cuando todo se ponía cursi. 
Entonces nos cayó la cuarentena. Nos descubrió cenando en ese restaurante de sushi que tanto te gusta; escuchamos atentos, nos vimos a los ojos y le dimos el último trago a las copas. Era la última vez que nos veríamos en cuarenta días.
Quisimos hacer que el deseo se mantuviera por encima de las preguntas, que la conversación sobre virus nuevos y cubrebocas no nos arruinaran el sexo, que el miedo a ser portadores del infierno invisible no se metiera en la cama.
No pudimos.
Tuvimos un sexo tímido, cómplice, lleno de silencio que sólo se llenaba con la respiración. Ninguno de los dos quiso repetir, teníamos demasiadas preguntas, demasiado tiempo por delante que no sabríamos cómo vivir.
¿Nos volveríamos a ver después de la pandemia?, ¿seguiríamos teniendo ganas de  reírnos al besar nuestra piel?, ¿volveríamos a llenarnos de saliva y semen alguna vez?… ¿sobreviviríamos?
Esa noche evitamos los besos de despedida. Todo estaría bien, dijimos; todo volvería a la normalidad de nuestros encuentros, todo estaría como lo dejábamos entonces.
Después llegó el silencio, los días de guardarse y los mensajes calientes a las dos de la mañana, el sexo a solas, en recuerdo de lo que hablábamos.
Una semana más tarde te mandé mi ubicación, tomaste tu coche y llegaste hasta mí.
No hubo preguntas ni respuestas, no hubo etiquetas que ponernos, ni planes a futuro ni promesas, sólo una maleta con tres calzones y dos camisetas, unos jeans y el cargador de tu teléfono.
Ninguno de los dos tenía que decir lo que ya sabíamos: si había que vivir una cuarentena, la viviríamos juntos, llenándola de sexo y risas, de bailes en la sala y pizza fría.
Nunca pregunté - ni lo hago ahora-, cómo es que la pandemia me cambió la forma de ver lo que tenemos. Sólo sucedió y lo abracé.
Te abrí un espacio en mis cajones y te di un cepillo de dientes nuevo, te expliqué dónde estaba cada cosa, te presenté a mis gatos y nos metimos en las sábanas mientras este “algo” que no conocíamos se apropiaba de lo nuestro.
Estábamos juntos, en una realidad modificada e incierta, pero juntos…
Nunca pasó, hasta hoy, que me pregunté si cuando todo acabe tendremos tiempo para amarnos de a de veras… fuera de esta casa, con toda la rutina y las cosas duras.
¿Tendremos tiempo para amarnos?, me pregunto mientras te veo dormir… y entonces estiras el brazo y me adivinas.
“Deja de pensarlo”, me dices bajito, mientras me jalas hacia ti y me regresas a lo nuestro.
“Deja de pensarlo”, me repito… y me dejo llevar por el río incierto que es este tiempo.