agosto 19, 2014

Purificación


"Necesitamos vernos, platicar por horas, guardar los silencios que entre nosotros no son incómodos, vaciarnos, purificarnos..." me dijo mi calamidad espejo luego de más de diez años de travesías, de encuentros y desencuentros, de caminos distintos y de probarnos que lo nuestro es a prueba de amores.

Luego de tanto tiempo, la calamidad y yo hemos vuelto a lo que éramos: cómplices, y es por eso que de vez en vez me gusta volver a él, a sus palabras claras, a su corazón abierto, a su profundo conocimiento de mí, a su nulo interés de juzgar, a su reflejo, que es el mío.

Ayer, mientras yo le contaba que he decidido darme otra oportunidad con la escritura, él, que me conoce como a sí mismo, me leía entre líneas y me hizo la promesa.

Purificarnos... retiembla en mi mente mientras escribo; suena fuerte, claro, seco... porque sé que es verdad, que eso hacemos, que ahí vive nuestra magia.

No me malinterpreten, lo mío con el espejo no es cuestión de amor, al menos no el de las mariposas y el sexo; lo mío, lo nuestro, es algo que va más allá, que se tiene sólo una vez, con una sola persona, y que te deja descubrirte ante ella porque posee lo mismo.

Entre nosotros no hay nada qué perder, ni qué ganar, ni qué probar. Somos inmunes. 

Es por eso que su promesa me sabe a miel, porque es como si me la hubiera hecho yo misma en uno de esos intentos que tengo por ganarle un cachito a la rutina.

Purificarnos, purificarme... la promesa que me hace saber que hay un sitio entre la playa y la ciudad en el que puedo soltarme, gritar en el abismo, vaciarme tanta mierda, tanta costumbre, tantos silencios...


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Chisméele a gusto, al fin que vamos para largo...