agosto 20, 2014

A y los 30


La primera vez que vi a A me pareció una chica fuerte.

Durante meses la observé moverse con naturalidad, evadir las miradas indiscretas, recibir insinuaciones con gracia, detener deseos con elegancia...  calculaba a la perfección todas las respuestas y reacciones, tenía las palabras precisas y la sonrisa aquella que yo llegué a dominar tan bien... era fuerte, una amazona en potencia, pues.

Sin conocerla mucho, llegué a sentir cariño por ella luego de una mañana que la vi llorar bajito antes de entrar a la oficina. Entonces me di a la tarea de hablar con ella, de conocerla... después de todo, las dos sufríamos el mismo mal.

Con el paso del tiempo, A se fue abriendo, fue contando cosas, soltando secretos, dejándose ir con una naturalidad aprendida hace tiempo. Al principio eran cosas simples: su comida del fin de semana, su visita al cine, la casa de su novio; luego, el hombre que la dejó antes de irse a tirar a media Argentina, las lágrimas que no se secan, los requisitos de su hombre ideal y su enorme interés por convertirse en Susanita.

Y entonces lo supe: no somos iguales.

Para ella, estar en una relación implica seguridad, éxito, estabilidad, y por eso no puede parar la búsqueda. Ella necesita ser contenida, amada, acompañada.

Para mí, en cambio, una relación tiene que ver con el poder, con la satisfacción, con el movimiento. Yo necesito el abismo, el fuego, la magia...

Estamos en dos puntos de la misma línea y por azares del destino nos hemos encontrado en el medio.

No somos iguales, pero siento que, en algunas cosas, he recorrido ya ese camino, y es por eso que ahora la veo e imagino las respuestas que aún no puede escuchar, por ejemplo, que lo que ella necesita no es atarse, sino descubrirse.

O que la vida es mucho más que estar acompañada.

Que no está sola, aunque haya mucho espacio en su cama.

Que ni los hombre son de Venus ni las mujeres de Marte (o como chingadamadre sea el dicho) y que no tiene por qué ceder(se) en el camino.

Que el amor y la compañía no siempre están en la misma bolsa.

Que el sexo sin amor es bueno, pues te deja volver a estar con tus propios pensamientos.

Que no importa cuánto exija, sino cuánto esté dispuesta a dar.

Que no necesita un hombre que la complemente, pues ella ya está completa.

Que tiene 30 años y hay mucho mundo allá afuera.

Eso, que tiene ¡30 puñeteros años y todo estará bien si le llegan los 35 o los 40 o los 60 y no ha encontrado a un hombre con el que quiera compartirlo todo!

Que tiene 30 y es hermosa, fuerte, inteligente... y se está perdiendo de tanto buscar...

1 comentario:

  1. Ya sabes, como siempre, una exquisitez leerte. Imposible no sentirme identificada con la historia, creo que a todas en algún momento nos ha pasado; afortunadamente he superado esta etapa.

    En cuanto a tú necesitas "el abismo, el fuego, la magia", creo que es materia para otro post, uno que estaré esperando.

    Besos

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Chisméele a gusto, al fin que vamos para largo...