septiembre 24, 2017

Volver a la normalidad...

Han pasado cinco días desde el 19 de septiembre. Hoy será, quizá, el primero que duerma más de 4 horas de corrido.

Mañana, el mundo políticamente correcto dice que muchos "volveremos a la normalidad". Yo volveré a viajar hasta un territorio en el que no pasa nada, llegaré a las nueve y me iré a las seis, comeré a las dos y saldré a fumar tres veces, iré de archivo en archivo y lidiaré con clientes y solicitudes, vamos, trataré de seguir la misma rutina que tenía hasta el martes pasado... pero no volveré a la normalidad. 

No volveré a la normalidad porque luego de esos dos minutos nada es igual.

La ciudad en la que nací y en la que, creo, también voy a morir, se me rompió, y con ella se me rompieron muchas cosas más. 

Ese día, mientras bajaba los 10 pisos del edificio donde estaba, alcancé a preguntar a los que amo si estaban bien. Unos respondieron pronto y le dieron paz a mi corazón, otros, como mi papá, tardaron en recuperar la conexión y me tuvieron en vilo hasta que pude tenerlos a todos juntos de nuevo, sanos, completos, localizados.

Cuando llegué abajo, mi cuerpo le copió a la tierra y comenzó a temblar.
Entonces comenzó el caos. 

Durante varias horas, mientras buscaba llegar a casa para abrazar por fin a mi hija, repetí una y otra vez en mi cabeza que todo iba a estar bien, que no sería grave, que íbamos a volver a ser los de antes...

Hoy, cinco días después, sé que estaba equivocada, mi vida jamás será la misma.

Pasé esa noche buscando la información de los desaparecidos, armando listas de quién estaba dónde antes de la 1:14, verificando que hubieran aparecido o dando RT a los rostros de todos los que jamás conocí, pero siguen siendo buscados. 

Al día siguiente, y durante los 3 que fueron luego, salí a la calle y traté de serle útil a la gente que, estoy segura, hubiera estado ahí, partiéndose la madre y arriesgando su vida, si el edificio colapsado hubiera sido el mío. 

Durante esos días, la adrenalina me corrió como jamás había hecho y me di cuenta de que soy más fuerte, más resistente, más poderosa y más compasiva de lo que pensé.
Cargué la mitad de mi peso sin chistar ni que me doliera, cuando en la vida real no soy capaz de levantar un garrafón de agua.

Pasé, en promedio, 14 horas de pie, cuando yo siempre dije que no servía para estar parada.

Me sentí chiquita por no haber movido una piedra, y al mismo tiempo enorme por poder ayudar a otros a que su nueva vida no empezara tan violentamente.

Aplaudí y grité "gracias" cada vez que un vehículo llegaba o se iba con material de apoyo, o que un ciclista o una persona a pie nos brindaba sus manos o sus pies para ayudar, sintiendo en el fondo de mi corazón que los mexicanos somos superhéroes.

Abracé fuerte, fuerte, a personas a las que probablemente jamás me hubiera cruzado se otra forma.

Dije te quieros que el orgullo y el miedo no me dejaba, por la simple tranquilidad de saber que si mañana muero, esas personas sabrán que los amaba.

Fui, entonces, esta nueva yo que no pudo quedarse sentada y que hoy llora de todo porque sabe que nada volverá a ser igual, que la ciudad seguirá oliendo a concreto y gas por un tiempo, que seguiré sintiendo angustia cada vez que algo se mueva pues sentiré que la pesadilla se repite, que dejaré a mi hija en la escuela con miedo de que algo vuelva a pasar y estemos separadas...

No, nada será normal... 

Porque nos rompimos y no hay qué nos vuelva a donde estábamos.

Porque nos encontramos en puntos que jamás se hubieran unido.

Porque descubrimos que somos muchos y más que los indiferentes.

Porque supimos que este pueblo no tiene al gobierno que se merece, y este gobierno definitivamente no merece al pueblo.

Porque luego de ese día nada, nadie, volverá a ser lo que fue.

Así que no, yo no "vuelvo a la normalidad", yo mañana empiezo una vida nueva en la que nada será como lo conocí.



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Chisméele a gusto, al fin que vamos para largo...